viernes, 8 de julio de 2011

Un día que salí de casa


Creí que sería un buen día, no solo un día, no un día cualquiera, sino un buen día. Un  día para matar el tiempo y que él quiera matarme a mí. 

Pero, ¿qué se yo de cómo serán los días?,! Oh la ventaja que tendría si lo supiera!

En fin así fue mi día, un día cualquiera, un día que se cree listo y que de cualquiera no tiene nada. ¿Qué sabe él de cómo estaré yo?, absolutamente nada. Que rabia da, cuando los días se pasan de listos. Desafortunadamente me toco a mí,  ése era uno de éstos.  Él me toco a mí, así como yo, le toqué a él.

Me desperté como siempre: bien, ni tan feliz, ni tan triste, sólo bien, en realidad ni tan bien, me encontraba algo agitada y enfadada por motivos desconocidos. Enrollada entre las sábanas y empapada de sudor me incorporé con sueño. No era un buen día, y menos para salir, pero ¿qué tiene que ver una mala mañana con el comienzo de tu día?, una verdadera estupidez. 

Cómo siempre hice caso omiso a lo que pensaba, y me dirigí con mi garganta seca, a lo que acostumbro hacer: encaminarme a mis estudios.

No siempre dirigirme hacia mis estudios parece ser un mal plan, pero éste no era un día cualquiera, sino un día que se pasaba de listo.

Estando allí no me quedaba más que esperar, inquieta no hallaba hora de irme, miraba continuamente la puerta, una, dos, hasta cinco veces, si era posible, cómo si por casualidad me dejara libre el paso. Sería la primera en irme pensé. Algo que pensará, mi cabeza estaba vacía, ninguna advertencia, ninguna señal, ningún cartel que digiera: ¡NO debiste salir de casa hoy!


Pero, cómo dije, estaba vacía, logré contar unas cuantas cabezas vacías, que seguramente debían de estar igual que yo, agobiadas hasta los pies. Contando los minutos para irse, uno por uno. De pronto, mi tormento había terminado, era hora de irse.

En el camino, sólo estábamos el día y yo. Quería asesinarme, eso estaba claro, sino, no habría de ponerme en mi camino, mi tranquilo y radiante camino, una de las más horripilantes figuras. A decir verdad, uno de mis mayores miedos, que se encontraba justamente al final de la calle. Estaba acorralada, no tenía salida, de seguro era mi hora, pensé.

Comencé a dar paso por paso, tranquila sin alertar a la criatura que me miraba fijamente a los ojos, intente no mirarlo. Fallé. Apenas lo vi, comenzó a correr rápidamente hacia donde estaba. Entre en pánico, estaba aterrada ¿qué hago para que no me mate, si no entiende lo qué digo?, ¿qué dirán las personas cuando me encuentren, ¡¡Oh! pobre, era tan joven!? , ¿Qué le dirán a mi familia?,  a mi mamá le da un infarto, de seguro, ¡Oh! pobre mis hermanos! .Infortunado accidente desde claro, nadie sabría la verdad, nadie sabría que no fue la criatura quien me mató, si no el día, el día que se pasa de listo.

Para la suerte de ustedes y la mía, sigo viva, y es hora de revelar la verdad. Cuando vemos a un perro que ladra, uno cree que éste no muerde; por lo menos no a ustedes. Nunca pensé que podría atacarme. No, la verdad es que miento, claro que lo pensé, pensé que moriría y que  todo sería culpa del día, el día siniestro.

Pero, por lo general cuando uno ve una criatura cómo ésta, una que ladra, uno asegura que no muerde, porque no sabe lo que hace, ni lo que dice, ni lo que ladra. Puede ser eso, como puede ser lo otro: quería atacarme a mí. Porque le tengo miedo, porque soy sensible, porque estaba sola.

En este caso, la criatura de ojos endiablados, sí sabía lo que hacía y si ladraba. Tal vez  ladraba para advertirme que el día estaba atrás de todo esto y que él nada tenía que ver, que era el día su enemigo y no yo. Pero yo estaba frente su camino, a mí era a quién atacaría, no al día, ni a otro. Ése era mi destino. 

1 comentario:

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