domingo, 26 de agosto de 2012

Saco de papas

Eran pasadas las tres de la madrugada cuando caí en cuentas de que estaba frágil, callada y reservada. Había permanecido tirada en mi alcoba por más de seis horas y no conseguía mover ni el menor músculo. Debía de estar muriéndome. Recuerdo haber caído impetuosamente como un sólido y suculento saco de papas: estaba rígida y no podía ni dormir, las papas tampoco, les había interrumpido todo sueño acogedor. Ojos, manos, dedos, pies no hicieron nada. Si muriera ahora nada pasaría. A lo lejos, se vería una muchacha demacrada con las pupilas bien abiertas y el cabello revoloteado. Fantástica escena. Me eché a dormir.
Desperté somnolienta, estaba cansada y había estado soñando que repetía el año, que debía vender parches curitas en las calles y que tenía el cabello como el tío cosa de los "Locos Addams", en realidad estaba soñando estupideces. Lo que tenía lo conocía bien para darme cuenta de lo que pasaba, era el famoso desgano, un conflicto eterno con la desmotivación donde hay veces que suele vencer y dominarme. No debía dejar que está vez pasarq, debía ser firme y soportarlo. "Podemos hacer yoga, actividades interesantes y que ciertamente nos motivan" me dije para mi. ¿Qué frase reconfortante era ésa? Una pésima línea. Caí otra vez en mi cama como un saco de papas y esta vez  me fue inevitable. 

CAMI.

martes, 14 de agosto de 2012

Mujer despiadada, homicida y elegante

Las cebollas me sonrieron en una fracción de segundos, pronto se atenuaron hasta apagarse por completo. Quizás mi sonrisa también se hubiese debilitado si sobre mi se hallará un punzante y amenazador cuchillo. Por supuesto que las entiendo, pero tenía que hacerlo, cómo comería sino, ellas vieron su muerte como yo mi comida. No puedo creerlo, pero soy una asesina. Jamás me había visto a mi misma como una homicida y aún así soy responsable de su muerte. Y lo peor de todo es que no paré, no me bastó con la muerte de las cebollas, tuve que continuar; como cualquier criminal en serie no me detuve hasta que los pimentones, los dientes de ajos y los champiñones fueran descuartizados. Visualizar en trozos cada una de sus partes fue mi mayor deleite. Infortunados estaban los pobres; tirados, aceitados, hirviendo en el sartén de teflón, comenzaban a emerger el exquisito aroma a vegetales cocidos. Una esencia inigualable. Y no siento culpa, ni la más mínima y si la he sentido fue una mera debilidad, no dejaré que pase de nuevo. 
La falta de culpa, no se debe a que sea una homicida, todos saben que a los despiadados asesinos los carcome la culpa por dentro, los intimida desde el interior y a los más frágiles, por no decir cobardes, la culpa les gana, dejando rastros del crimen ya no tan perfecto. Como decía, no se debe a que sea una homicida, la culpa para mi no existe y lo único que me carcome por dentro son las ansías. Tampoco es el hecho de que sea una asesina de vegetales, por muy vegetales que sean éstos, los maté y murieron sin dignidad. Se debe a la etiqueta de mujer elegante. Aún cuando no me agradan las etiquetas y claro, no me atrevería añadirme tal, las mujeres elegantes tienen razón, la culpa es de la víctima y pintarse las uñas cuando se usa guantes, en eso también tienen razón. 

Serví la mesa cerca de las dos, mis familiares comieron los cadáveres sazonados sin notar el menor indicio de qué fui yo quien los mató. No tenía culpa para evidenciarme, solo ansías de devorar y la culpa era de mis víctimas y ellas ya estaban muertas

CAMI.