sábado, 13 de abril de 2013

Hormigas

No importa que tan grande pueda verme algunas veces siempre termino siendo más pequeña que una hormiga. También lo son todos los demás. No es necesario mirar las estrellas para dar cuenta que giramos en la órbita del complejo sistema del universo. Actualmente creo ser ignorada dos o tres veces al día; en el supermercado, en las filas, en los pasos de cebras y por sobretodo, en los cruces de calles. 

En las calles siempre funciona bien el poder de la invisibilidad; a la espera del cambio en el semáforo, estoy yo y unos cuantos rostros desconocidos, cada quien en lo suyo. Previo al cruce o el enfrentamiento definitivo con las bestias, me detengo a observar cuantas bolsas, carteras y sacos están apunto de golpearme, esperando que sólo unos pocos tropiecen conmigo o más bien yo con ellos. Cuantas personas tan interesadas en sus asuntos serán las que no alcanzan a notar que estoy ahí también, cruzando como todos, esquivando bolsas, esquivando hombros, esquivando empujones. Será una carencia de algo o una abundancia de ése algo que los convierte en unos desprendidos del mundo que no logran percibir, ni contemplar y menos sentir. 

El tiempo no siempre está para esa mente que piensa demasiado. Desde que entendí que pintar vacía la mente cada vez pinto más tiempo. La mayoría de las veces lo hago en mi habitación, una estancia de veinte pies de longitud, que equivalen a seis metros, medidos por mi misma, con un ancho de diez pies o tres metros; dos ventanas, una de ellas da a la nada, al vacío mismo y la otra directo a la vista de otra pieza, una pieza vecina de mi vecino, mitad hombre, mitad niño, un adultoscente. Los detalles son mi felicidad, demuestran ternura y dedicación, en la pintura muestran lo que no se ve en el todo. Algunas veces los detalles se me van, pero sospecho que me buscarán por ellos mismos. Y al final cómo cansa ser hormiga todo el tiempo. 

CAMI