sábado, 6 de agosto de 2011

Recuerdos que llaman a gritos

Han pasado tres días extraños:
el cine, el ruido, las personas, y los caminos me han traído recuerdos de otros tiempos. Las voces, los gritos y los largos silenciosos reaparecen. Y entretanto mis recuerdos difieren de un hombre a otro, de un día para otro, de una hora a otra, y ¡ya no sé ni qué pensar!. Es curioso, pero la vida carece de sentido. Tanto así, que hay que darle un sentido por el mismo hecho que no tiene sentido. De momento, los recuerdos vuelven. Siento los rayos de sol sobre mi piel, la luz caer sobre mis cabellos, y el calor que me recorre como tibios y suaves dedos, que abren y cierran los poros de mi piel. Era evidente que mis recuerdos me llevaban a una tarde de verano. 

Una tarde de verano, donde el sol esta ahí, permanente y radiante. Donde el yo de entonces, inútil; esperaba las buenas tardes de verano con sus cálidas sonrisas, sus ojos alegres y las voces dulces e inocentes. Como también, me esperaba las fingidas e hipócritas sonrisas, los turbios y soberbios ojos y las fastidiosas voces, que ya no eran más que gritos molestos. 

Cuando calla el ruido es porque de alguna u otra manera, cosas han pasado; aún sentada en los asientos del cine, donde poco a poco me he ido acostumbrando a los típicos ruidos; del que come palomitas, como del que abre a golpes la bolsita de caramelos, ó el que da "sorbetones" continuamente a esa Coca-Cola, me di cuenta que mis recuerdos llamaban a gritos una tarde de verano; tan necesaria para detenrnos y disfrutar de ese momento en la playa, ó dar largas caminatas sin plan ni sentido  al calor del Sol. 
Y es que, a fin de cuentas, ¿por qué siempre deseamos lo que no tenemos, aún si es una simple tarde de verano?
¡moraleja: disfruten lo que tengan aún si se hallan en los asientos de un cine!

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